La tierra en la agricultura es más que elemental para que los cultivos sigan un ciclo productivo y rentable en todo su proceso, desde que nacen hasta que producen sus frutos. Así pues, el suelo es mucho más que la base sobre la que las plantas se desarrollan, por ello es muy importante observar y analizar el color que ofrecen en cada momento.
¿Qué pasa en el suelo?
La tierra en la que crecen las plantas de los cultivos es el único lugar donde se va almacenando el agua de la lluvia y, también, el sitio donde se procesan todas las reacciones químicas relacionadas con los minerales y los nutrientes imprescindibles para el crecimiento celular de la plantación. Dichas transformaciones son producidas generalmente por las bacterias que se alimentan del fertilizante que se le aplica periódicamente al suelo. Y todo esto, tiene en buena parte que ver con el color del suelo:
Clases de suelo
La edafología, la ciencia que estudia el suelo en el sector agrícola, clasifica los suelos en cuatro tipos: francos, arenosos, arcillosos y limonosos. Esta fácil clasificación toma como referencia la cantidad de aire que hay en el suelo a consecuencia de las dimensiones de las partículas de la tierra. Es decir, cuanto más grande sea la partícula, mayor espacio habrá y menos agua se almacenará.
Suelos arcillosos
El color del suelo arcilloso es básicamente anaranjado o rojizo, por ser muy rico en materia orgánica. Su característica principal es la gran capacidad que poseen para retener los nutrientes, el agua o la humedad, aunque a la vez puede suponer grandes inconvenientes para el cultivo: el encharcamiento y compactación de la tierra al no haber suficiente aire en ella.
Estos posibles problemas tienen solución en cualquier finca agrícola. Hay varias opciones: mediante técnicas de arado o subsolación, con las que se puede ‘romper’ el suelo y abrir de nuevo espacio para que entre el oxígeno, o aportando grandes cantidades de estiércol con nutrientes para modificar así la estructura del suelo y hacerlo más poroso.
Suelos limosos
El color del suelo limoso vira hacia las tonalidades oscuras o negras, pues contienen grandes cantidades de materia orgánica. Son suelos que se compactan con gran facilidad, aunque no tanto como los arcillosos.
Su característica fundamental es la gran fertilidad que ofrecen, un factor muy importante para cualquier cultivo, aunque se suelen encontrar solamente en zonas naturales próximas a deltas o ríos. Esta es la razón por la que se trata de un suelo conformado siempre por partículas arrastradas por el agua del río cercano o el viento.
Suelos arenosos
Este penúltimo tipo de suelo es completamente contrario al arcilloso. Sus colores también son totalmente diferentes: marrón pálido o múltiples tonos tierra muy claros.
En el supuesto de este tipo de tierra, de un color de suelo tan diferente a los dos anteriores, las dimensiones de las partículas son tan grandes que permiten el paso del aire por ellas sin problema alguno. Son buenos suelos, porque permiten que el cultivo nunca se encharque ni se compacte demasiado. Pero, como todos, también tienen un gran inconveniente:
La falta de nutrientes naturales, minerales y agua, pues la lluvia se filtra hacia abajo, donde la mayoría de las plantas no pueden llegar con sus cortas raíces. Pero esto tiene solución fácil y rápida: únicamente hay que aportar una buena cantidad de estiércol y nutrientes externos, pues son suelos pobre según esta clasificación válida mundialmente.
Suelos francos
En el fondo, este último suelo es realmente el resultado de la combinación de los tres suelos mencionados anteriormente, pues está conformado fundamentalmente por limo, arena y arcilla. Es el color del suelo más habitual en las explotaciones agrarias en Europa y nuestro país.
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